El Arroyano es uno de esos casos excepcionales en los que el arte se palpa en cada producto, en cada loncha de jamón, en cada chorizo de Arroyo. Al margen de innovadoras y homologadas instalaciones, de proyectos de investigación y desarrollo o de galardones de los que cada año se hace acreedora, Herlusa representa ya todo un símbolo que el cliente identifica con la excelencia en el ibérico y que se traduce en dos palabras: plena confianza.
Cuando el consumidor escoge cualquier producto de la marca lo hace con los ojos cerrados.
¿Y cómo se llega a la plena confianza? Sencillo: con un producto que le permita descubrir todos sus sentidos:
La vista. Jamones y embutidos de corte brillante, de gran belleza cromática, perfectos en su divina imperfección de formas curvas que nos invitan a su degustación. Despiertan en nuestra vista imágenes de la dehesa extremeña, de montanera excepcional, de mimos y cuidados de mayorales y matarifes.
El olfato. Un sentido indispensable en el goce de embutidos y jamones. Ese intenso aroma que nos retrotrae de inmediato a la encina, al terruño, a la vida enraizada a la tierra, a ochenta años de historia que comenzaron con D. Lucio Salado Aparicio. A trazabilidad humana.
Todo olores y flavores penetrantes son los de estos ibéricos manjares que nos cuentan del esmero con que han sido tratados en cada parte de su maduración.
El tacto. Deslice la mano sobre uno de los perniles. Recoja una loncha de jamón y sienta la perfección de su grasa.
El gusto. Cuando pone en su boca un producto hecho con tanto esmero, se desata una sinfonía de sabores que van del paladar a la nariz. Tomar una loncha de un Dehesa de Extremadura de El Arroyano es darse un paseo por las lagares de la región sin moverse de su mesa. Los aromas que concentran darían para una tesis doctoral y sólo se encuentran en los jamones que elabora la firma.
El oído. Toda esta serie de recuerdos, de sensaciones que se desatan, se acompañan de los sonidos que el campo extremeño posee y de los cuales nos hace afortunados partícipes. Y todo ello no hace sino convertir a Arroyo de la Luz en un hito en las rutas jamoneras del país.
Pero también hay más sentidos implicados:
El sentido común. Cientos de clientes satisfechos, de profesionales de la hostelería, de chefs de restaurantes que saben que con El Arroyano no se defrauda.
El sentimiento que las personas ponen en cada uno de sus perniles, el mimo con el que cada pieza se transforma en una pequeña obra de arte culinario.
Y por último, el sexto sentido, algo casi sobrenatural que ha logrado transmitirse generación tras generación, el secreto de hacer despertar todos nuestros sentidos que sólo conocen los que forman parte de la gran familia de El Arroyano.